domingo, 27 de mayo de 2007

Nidos para la Lectura: el papel de los padres en la formación de lectores (Yolanda Reyes)

EL SENTIDO DE LA LECTURA
En el hogar, se aprende lo fundamental sobre la vida. Los valores, las actitudes, los modos de ser, de sentir y de pensar, la manera de mirar, tienen sus raíces en esa primera escuela a la que, por fortuna, no han llegado aún las innovaciones de la tecnología educativa.
Es realmente una fortuna. En las casas no se habla de objetivos, ni de metodologías, ni se evalúan periódicamente, simplemente Se vive, todo sucede de una manera mas espontánea y más real. Por eso, hablar de lectura en el hogar es diferente a hablar de la lectura en la escuela.
Los padres no son maestros sino padres y esta vale para todos los asuntos de la vida, incluyendo, por supuesto, el ámbito de la lectura. El hogar es a la lectura, ya que para la lectura: El hogar proporciona el contexto, el para qué; el hogar es el nido en el que la lectura encuentra o desencuentra eso que se llama un sentido primordial. En la revelación de ese sentido primordial se ubica el papel de los padres como insustituible e indelegable. La escuela debe encargarse de los estilos y de las técnicas, debe enseñar el manejo y los trucos del código desde prekinder. Pero la idea de la lectura como un acto de desciframiento vital es un asunto que comienza en la casa y que está ligado a los orígenes de los seres humanos, a sus historias familiares y viscerales, a los hilos de la memoria, que los enredan en una trama de significados, mucho más allá del lenguaje escolar.
Desde antes de estos tiempos modernos en los que se han puesto de moda términos como el de promoción de lectura, ha habido hogares con padres, madres, abuelos, que sembraron en los niños el amor por las historias y por los libros. Lo más probable es que sólo quisieran pasar un buen rato, o domar a los niños, las dos intenciones son, en sí mismas, maravillosas. Porque disfrutar simplemente del placer de una historia o confiar en el poder hipnótico de las palabras, es creer de antemano en la lectura; es lo que yo llamo dar nido o sembrar sentido.
El papel que juega el entorno familiar en la “lectura” pasa por tres grandes momentos o etapas. La primera es aquella en la que el niño no lee, sino que otros lo leen; la segunda es aquella en la que lee con otros y la tercera es la del lector que lee solo. Lo más importante sucede en las primeras dos etapas.

LAS PRIMERAS ETAPAS EN LA FORMACIÓN DEL LECTOR
1. Yo no leo. Alguien me lee, me descifra y escribe en mí

Al nacer nos situamos en un universo de palabras, de símbolos y de significados. Para el recién nacido, ese mundo de significaciones es un parloteo indescifrable e ininteligible que empieza a cobrar sentido sólo en la medida en que aparece alguien que lo lee, que lo descifra y que funda en él los primeros significados.
Es la madre la que le imprime significado al llanto de su bebé, cuando oye el llanto de su hijo, ella, que es un ser de palabra, ubica ese llanto en el registro del lenguaje humano, atribuyéndole un significado. En ese momento ella dice “Lloras porque tienes hambre, te voy a dar de comer”, y más tarde, a otro llanto igual, esa madre, que es un ser de palabras, atribuye otro significado, tal vez diga: “debes estar incómodo, te voy a cambiar el pañal”. Lo importante es que ella ha “leído” ese llanto, que le ha dado distintas significaciones y matices y que, con este acto intuitivo de comunicación, ha abierto la puerta a la experiencia del lenguaje y de la lectura.
De manera que nos hacemos partícipes de la comunicación humana y entramos al mundo de lo simbólico porque hay alguien que nos lee y que escribe en nosotros los primeros textos. En esa primera etapa de la vida, tenemos contacto con muchos textos de lectura.
En primer lugar, todo ese torrente de tradición oral que los padres recuerdan, la rescatan del fondo de su memoria, de lo que a ellos les cantaron y les contaron y la reescriben en sus hijos. Esa poesía de la primera infancia, que recuerda los ritmos del corazón. Lo que cuenta aquí son las sonoridades, las repeticiones, las alternancias, ese poder mágico de la palabra que va y viene.
Es así como antes del primer año de vida y, con un sencillo repertorio, nuestra experiencia como lectores ha estado profundamente ligada al afecto y nos ha enseñado mucho sobre los usos poéticos del lenguaje, esa capacidad de asombrarse con las palabras se experimenta en el seno del hogar, “con la leche temprana y en cada canción”.
Tan pronto como el niño se sienta, aparecen también los primeros libros de imágenes, libros sencillos que cuentan historias o muestran objetos cercanos a la experiencia de ese niño. De nuevo, son los padres quienes introducen al niño en otro orden simbólico, que es el mundo de los libros. La esencia de lo simbólico, se aprende en las rodillas de alguien más experto que va nombrando el mundo conocido, atrapado y sintetizado en unos dibujos y a medida que la voz familiar da nombre a las páginas que pasa, enseña que las historias se organizan en un espacio: de izquierda a derecha, para el caso de nuestra cultura occidental. Ese discurrir que se da siempre en la misma dirección será luego el espacio de la lectura alfabética, eso que los maestros de preescolar llaman “la direccionalidad” en sus ejercicios de prelectura. El niño al que otros han leído lo sabe ya, sin necesidad de ningún ejercicio.
Después de esos primeros libros y muy en la línea del desarrollo psíquico del niño, los relatos se van haciendo más complejos: Es entonces cuando los niños entran en contacto en un tiempo lejano: el tiempo de la ficción.
Los padres, esos contadores privados, son los encargados de introducir a los niños en la magia de las historias y su actitud sigue enseñando muchas otras cosas sobre la lectura, enseña que las palabras sirven para emprender viajes y aventurarse por lugares, enseña también que, gracias a las historias y a las palabras, se puede dar nombre a las fantasías y dar forma a las angustias, para sacarlas de nosotros.
Las voces adultas que cuentan historias dicen cosas útiles, ciertas y necesarias sobre el lenguaje. Dicen que las palabras se agrupan unas al lado de las otras en una cadena y que, gracias a esas agrupaciones y a la posición de cada palabra en la cadena, se van construyendo y modificando los significados. Pero, además, esa voz de quien cuenta es un modelo lector: sus pausas, sus inflexiones, sus tonos cuando interroga, cuando exclama o susurra, nos dice que las palabras tienen tonos, cadencias, matices y sonoridades.
Así va apareciendo una variedad de géneros literarios: La poesía, los libros de imágenes y la narración. Ya el niño distingue las formas que toman los libros y los tonos de los que se valen, cantar, contar, expresar o informar. Los niños ya saben una cantidad de cosas sobre la lectura, los padres han construido un nido completo, un entorno para la lectura. Cuando llega la etapa de la alfabetización propiamente dicha y el aprendizaje de la lectura se empieza a delegar en el colegio, se piensa que el papel protagónico de los padres se desdibuja, pero el protagonismo de los padres, dando ahora soporte y contexto a la alfabetización, será imprescindible para el éxito del lector alfabético.

2. Segunda etapa: Yo empiezo a leer con otros
Esa etapa que se da desde la total dependencia del lector hasta el logro de la lectura autónoma.
Lo cierto es que la tarea no resulta nada emocionante, por lo menos en algunos momentos del proceso. Hay que aprender que a cada sonido corresponde un grafema y este aprendizaje pasa inevitablemente por ocasiones en las que se pierde el sentido completo, para tener que concentrarse en la minucia del análisis, o mejor, en la disección de cada una de las palabras. No es fácil, por ejemplo, saber que la Q necesita de una U antes de la E para que suene QUE, no es fácil acordarse siempre de que la H es muda y que hay que saltársela; tampoco es fácil querer conocer todo el contenido del cuento que aparece en la página del libro y tener que resignarse, en cambio, a tener una paciencia infinita para leer, si acaso, un renglón, invirtiendo en ello una cantidad del tiempo que podría invertirse en jugar.
Es ese el momento en el que los padres resultan verdaderamente imprescindibles y es también ahí cuando deben tener más cuidado para no caer en el lugar común del que hablábamos al comienzo, según el cual, los padres son maestros. Así tengan que ayudarlos en las tareas, deben recordar siempre que ellos no son maestros sino padres y que su papel, por encima de la tarea y más allá de la tarea, sigue siendo “dar nido”, es decir dar sentido y contexto.
En primer lugar, es importante hacer sentir importantes a los hijos que se inician en la lectura, esto significa “darles la bienvenida al Club de los Alfabetizados”. El que ingresa a ese “Club”, debe ser visto y tratado como un interlocutor que ya puede comunicarse con otras personas cercanas y lejanas por medio del lenguaje escrito. Así su lenguaje sea aún precario e incipiente, es posible proponer alguna tarea sencilla en la que pueda usarse la lectura con fines prácticos. Por ejemplo, leer juntos una receta para preparar la comida, pedir que traigan el cuento que dice tal cosa en la carátula, valiéndose de dibujos, signos y letras para encontrarla, son pequeñas demostraciones que crean en ellos la sensación de que la lectura se aplica permanentemente en la vida cotidiana. No hay que esperar que utilicen el nuevo código sin errores. Así como no empezamos a caminar o hablar haciéndolo perfectamente, es más: sin ese proceso experimental de ensayo y error es imposible aprender a leer. Acompañarlos en su propio proceso de caerse y levantarse y para seguir con otro ejemplo práctico, darles distintos terrenos donde ejercitarse, son tareas de los padres en el crecimiento de sus hijos como lectores.
En segundo lugar, resulta fundamental continuar leyéndoles buenas historias, sin abandonarlos en la mitad del camino. La primera tentación en este momento de la alfabetización inicial sería decir una frase de este estilo: “Ahora que ya sabes leer solo, yo desaparezco”, pero un padre leyendo de viva voz es el mejor modelo para un lector que se inicia, pues le enseña mucho sobre la lectura a su hijo: las pausas, las entonaciones, los matices de la voz ligados a los sentidos.
La entonación es algo que se construye mediante un diálogo con los sentidos de un texto; un diálogo en el que participan el lector y el texto y que siempre hay que ir desentrañado. Tiene mucho que ver con el lenguaje oral y, así como aprendemos a entonar oyendo a otros, aprendemos a prestarle nuestra voz a una lectura, escuchando a nuestros lectores mayores.
En tercer lugar, es importante asegurar que se mantenga viva la fe en la magia de los libros y en sus poderes de desciframiento. Esta es la razón más poderosa para seguir compartiendo el placer de leer en voz alta con los niños, mientras ellos adquieren el dominio progresivo para entender a cabalidad las historias que su corazón les pide, durante esta etapa ambigua en la que supuestamente un niño aprende a leer solo, aún no cuenta con las herramientas suficientes para decodificar los libros que su psiquis o su deseo de conocimiento le demandan. Es decir, su poder de decodificación está atrasado con respecto a su poder de desciframiento.
Por eso es que la experiencia de leer, en el sentido amplio de dar contexto y sentido, no puede ser postergada hasta que un niño entre en posesión de todas las arbitrariedades de las que está plagado nuestro lenguaje escrito. Quizás si esperamos a que se dé ese momento, sea entonces demasiado tarde.

1 comentario:

Nina dijo...

Buen trabajo!
Si te sirve, trata de ser más sintética
7
Nina